La Gran Guerra enajenó la conciencia de la juventud europea

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Antes de la Primera Guerra Mundial, el mundo era un lugar muy grande. Esta conflagración es considerada como el quinto conflicto más mortífero en la historia de la humanidad, sólo debido a que los acontecimientos que le siguieron lograron tener una mayor capacidad de destrucción, tales como la Segunda Guerra Mundial, el ataque nuclear a Japón, las guerras de Vietnam y Corea, así como la Guerra Fría, que fue librada más bajo el terror mundial del aniquilamiento humano que en enfrentamientos armados directos.

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Lo evidente es que a partir de la también llamada Gran Guerra, todo cambió: las armas podían eliminar cada vez más gente, fue así como surgió su definición de “armas de destrucción masivas”, los transportes cubrieron mayores distancias, los combustibles se hicieron más necesarios, la ciencia y la tecnología iniciaron una fase de desarrollo que permitió al ser humano contar con nuevas técnicas, insumos y artefactos que, por una parte, aumentarían el nivel de vida pero por otra, lo restringirían como un nuevo estilo de arma social.

 

La tendencia cultural también fue afectada por el ambiente de guerra a tal grado que se hizo de ella una devoción o una opción para buscar un pensamiento más avanzado. Expertos como Michael Geyer opinan, por ejemplo, que la movilización alemana para la Gran Guerra fue el primer paso en una larga transición hacia la “habitualización” de la guerra, esto es, una preparación  hacia el concepto de que el uso de la violencia ya no sería visto como excepcional o como desviaciones de las normas de la sociedad civil, sino que se convirtieron en su encarnación. Esta noción sería la que posteriormente alimentaría las bases de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría.

La violencia como desarrollo

El concepto de violencia surgido a partir de la Primera Guerra Mundial creó sociedades que justificaban el ambiente bélico como una forma de desarrollo social. La humanidad no volvería ser la misma a partir de esos fatídicos cuatro años de terror beligerante (1914-1918), ya que no sólo había ocasionado cambios en el mapa estratégico internacional sino que provocó el desmantelamiento de la esfera civil, subvertido por la idea de violencia y la guerra que impregnaba inexorablemente sociedades y llevó incluso a la disolución de la división entre civiles y militares.

Implantar la conciencia bélica en los jóvenes fue el punto crucial para llevar a cabo la Primera Guerra Mundial.

Llegó un momento en que era muy difícil identificar dónde estaba la división que separaba a estos dos mundos. Geyer sostiene que se convirtió en una autoafirmación social que sustentó la participación de las masas no sólo en la organización de la guerra y la política nacional, sino que coadyuvó a crear la identidad y la cohesión sociales, al tiempo que desafió a las actuales formas de subordinación política y diferencia social.

Invocando a la juventud

En este aspecto es importante ver cómo era vista la guerra en uno de los sectores más delicados de la sociedad: los jóvenes. Ya los discursos políticos de antes del conflicto estaban llenos de invocaciones a la juventud, porque estos conformaban el estrato social que más podría apoyar los cimientos de los países que surgían con tendencia guerrera tales como Alemania, Italia y Japón. Naciones que no dudaban en pregonar la necesidad de sustituir las viejas ideas por las nuevas, de enfocar a las viejas generaciones como caducas y optar por una posición más ágil y dinámica; justo lo que se necesitaba para tener el ambiente que daría inicio a la terrible confrontación. Sociólogos como Max Weber y Arthur Moeller van den Bruck, exigían que se entregase el timón social a los jóvenes. La juventud se convirtió en el tema principal de los teóricos de inicios del siglo veinte.

 

Esa generación joven, sobre todo de clase media, no dudó en marchar entusiastamente hacia una guerra que sus mayores, casi sin excepción, aceptaron con horror y desesperación fatalista. La Gran Guerra nació  precisamente de esa primera y mimada juventud que consideró, al menos al principio de ésta, como la guerra más popular de la historia.

Prueba de ello, eran los discursos de escritores de la época como el poeta francés Charles Peguy, quien decía que “marchaba con entusiasmo al frente (y a la muerte)” o su compatriota Henry de Montherlant, escritor que no dudaba en afirmar que “amaba la vida del frente, el baño en lo elemental, el aniquilamiento de la inteligencia y el corazón”. Otros intelectuales franceses como Pierre Drieu la Rochelle sostenían que la “guerra era una maravillosa sorpresa“, mientras que  escritores germanos como Ernst Junger elogiaban el conflicto al calificarlo como “el momento sagrado de agosto de 1914”.

Sus contrapartes italianos no se quedaban atrás y se exhibían gritando consignas como “esta es la hora del triunfo de los más altos valores; es la hora de la juventud”, mientras otros aseveraban en coro “solamente los hombres pequeños y los ancianos de veinte querrán perderse esto”. Por supuesto que los primeros que iban a la guerra eran los jóvenes.

El atentado de Sarajevo

Pese a este ambiente de belicosidad que se respiraba en Europa. La guerra no podía ser desatada tan fácilmente y necesitó de un detonador para surgir. Un joven extremista serbio Gavrilo Princip, fue quien se prestó para iniciarla al matar al Archiduque de Austria, Francisco Fernando y a su esposa Sofía durante una visita que la pareja real efectuaba en Sarajevo, el 28 de junio de 1914. De hecho,  fueron seis los jóvenes integrantes de un movimiento denominado “Mano negra”, que se habían desplegado a lo largo del camino que recorrería el vehículo donde viajaba el monarca.

Este incidente le costó al Imperio Austrohúngaro perder a uno de sus grandes líderes, pero le sirvió para llevar la guerra y buscar el ansiado reacomodo geoindustrial que tanto deseaba para disputar a Francia e Inglaterra su dominio y liderazgo. Fue así como impuso un ultimátum a Serbia que sabía que no podría cumplir: que la policía austriaca investigara el magnicidio e impusiera un castigo tan ejemplar a los responsables del asesinato, de tal manera que sirviera de lección para cualquiera que intentara levantarse contra el régimen central.

Escena de la película The passing bells. 2014, BBC.

De las trincheras al rencor

El inicio de la guerra contó con la efervescencia juvenil que había sido cultivado años atrás, pero durante el periodo de 1916-1917, esa ansia de guerra ya estaba en pleno declive. Los jóvenes cambiaron en un giro de 180 grados sobre su percepción de un conflicto al que no le veían fin. El escritor británico Paul Johnson lo describe así en su libro Tiempos modernos: “Cuando la lucha se prolongó indefinidamente, los jóvenes ensangrentados y desilusionados se volvieron disgustados y cada vez más coléricos, hacia sus mayores. En todas las trincheras se hablaba de ajustar las cuentas a los “políticos culpables”; a “la vieja pandilla”. La madurez bélica había llegado para quedarse y proyectar un nuevo mundo de naciones ensangrentadas.

Fotos: National Geographic y Revista Diners

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