Una vez el ex primer ministro británico Winston Churchill dijo:
“Toda la historia del mundo demuestra que la nación poderosa no es siempre justa y la nación justa no es siempre poderosa.”
Esta sentencia se convertiría en una fórmula inmutable para los imperialistas que pretendían aplastar a las naciones débiles recurriendo a la fuerza.
Pero alguien acabó con esa fórmula imperialista fue Kim Jong Il (1942-2011), Presidente del Comité de Defensa Nacional de la República Popular Democrática de Corea.
Rendir a la superpotencia nuclear
A fines de la década de 1980 y principios de la de 1990, un cataclismo político hizo temblar el globo terráqueo: se resucitó el capitalismo en varios países socialistas.
La alianza imperialista capitaneada por Estados Unidos, envalentonada, pregonó el “fin del socialismo” y movilizó todas sus fuerzas para aislar y sofocar a la Corea socialista.
El “asunto nuclear coreano” fue un pretexto para su aislamiento y estrangulación en la palestra internacional.
En efecto, Corea había ingresado en el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares con el objetivo de prevenir la amenaza nuclear estadounidense y desnuclearizar la península coreana.
Pero Estados Unidos utilizó el tratado como un instrumento para sofocarla. Instigó a la Organización Internacional de Energía Atómica a intensificar la ofensiva para estrangular a Corea, anunciando a los cuatro vientos la “sospecha del desarrollo nuclear coreano”. Al violar de forma flagrante lo estipulado en un artículo del tratado que prohíbe la amenaza nuclear a los países firmantes, en marzo de 1993 ocasionó la inminencia de una guerra realizando un simulacro de gran envergadura mediante la concentración en la península de efectivos colosales.
En ese preciso momento, Kim Jong Il declaró el estado de alerta de guerra en todo el país y seguidamente se publicó una declaración del gobierno coreano de que se retiraría del citado tratado.
Esa declaración emitida en una circunstancia en que el tratado, utilizado como instrumento de la superpotencia para intervenir en los asuntos de otras naciones a través de la arbitrariedad y coerción en nombre de la “paz” y la “seguridad”, tuvo una gran repercusión a escala planetaria.
Ante esa muestra coreana de la voluntad de luchar a muerte, Norteamérica tuvo que arrodillarse y firmar una declaración y un acuerdo básicos según los cuales no recurriría al chantaje nuclear y ofrecería a Corea el reactor de agua ligera.
En vista del hecho sorprendente de que Corea que por entonces no poseía armas nucleares rindiera a la superpotencia nuclear y defendiera su soberanía y paz, los analistas comentaron al unísono que era el fruto del coraje, valor y hábil estrategia diplomática de Kim Jong Il.
Escribir una nueva página de la historia
La firma del Acuerdo Básico EE.UU.-RPDC y la publicación del mensaje de garantía del presidente norteamericano no significaban el término del intento de las fuerzas hostiles de sofocar a Corea.
A raíz de la desaparición del mercado socialista debido al derrumbe del socialismo en varios países y las severas dificultades económicas que sufría Corea a consecuencia de las sucesivas calamidades naturales, ellas dieron por sentado el desmoronamiento de Corea e intensificaron su campaña de sanción y estrangulamiento.
Calificaron deliberadamente el lanzamiento coreano del satélite artificial de Tierra como el del “misil balístico intercontinental” e instigaron al Consejo de Seguridad de la ONU a fraguar una resolución de la sanción contra Corea. Incumpliendo deliberadamente el cumplimiento del Acuerdo Básico, se dieron más a presionarla en lo político, económico y militar. En particular, la Administración Bush definió como política referente a Norcorea los Tres C: la confrontación, la capitulación y el colapso, y anunció de forma cínica su intento de la anticipada nuclear. Emplazó en la península coreana y sus cercanías una gran variedad de artefactos nucleares y mediante simulacros recrudeció la situación.
Frente a esa tentativa, Kim Jong Il puso un gran empeño en consolidar la capacidad de la defensa nacional. A través de las interminables inspecciones a las unidades militares, fortaleció en gran medida el poderío político, ideológico, militar y técnico del ejército. Hizo implantar en toda la sociedad un ambiente que concede prioridad a los asuntos militares y agrupar monolíticamente a los militares y civiles para la defensa de la patria.
En el proceso de la enconada confrontación política y militar con las fuerzas hostiles, Corea descubrió la verdad de que para defender la soberanía y la justicia de la nación debe poseer una fuerza capaz de asegurarlas.
Por ello, Corea llegó a tener una poderosa disuasiva que puso punto final a la amenaza de guerra de las fuerzas hostiles. Tras decenas de años del chantaje nuclear norteamericano contra Corea, en la península coreana se logró finalmente el equilibrio de fuerzas estratégico y el enemigo ya no se atreve a desatar en ella una guerra.
Al respecto, medios de comunicación norteamericanos comentan que si se desencadena una guerra en la península un 70 por ciento de la población surcoreana moriría y el monto de las pérdidas alcanzaría a 21 billones 20 mil 440 millones de dólares, pero que la potente disuasiva de guerra norcoreana logró atenuar la situación que estaba al borde de una guerra y preservar la paz.
Fue Kim Jong Il quien abrió una nueva página de la historia en que una nación justa se hace poderosa.